miércoles, 21 de octubre de 2009

LA SINTESIS (Selección Mayor)

Diego Armando Maradona es capaz de hacer cualquier cosa por la camiseta argentina. Por ejemplo, cruzar el Océano Atlántico cuatro veces en catorce días para jugar dos partidos amistosos. O pelearse con cualquier dirigente del mundo que le pague el mejor sueldo para hacerse un tiempo para ponerse la albiceleste. O salir a la cancha con el tobillo en una estado tan calamitoso que cualquier persona normal ni siquiera podría caminar y, así y todo, ser decisivo para ganar el partido.Desde siempre lo siente así. Desde que en una tarde de febrero de 1977, después de una práctica de juveniles (él y sus compañeros) contra los mayores (ellos, Passarella, Gallego, Luque, Bertoni), el Flaco César Luis Menotti lo llamó aparte y le dijo, casi al oído, para que no se enterara nadie, que iba a quedar concentrado con los mayores, para el amistoso contra Hungría.Fue el 27 de febrero de 1977 el gran debut. Y aunque Diego sabía que sólo iba a entrar si el partido se ponía fácil, el "¡Maradóóó, Maradóóó!" bajó temprano de las tribunas, reclamando la presencia de ese pibe que apenas tenía doce partidos en primera división pero talento de experto. Ellos lo intuían. El también.El "¡Maradóóó, Maradóóó!" se escuchó muchas veces, entonces. En los 91 partidos oficiales, con 34 goles, que jugó con la camiseta más querida y también cuando no estuvo: para la gente, el himno se ha convertido en un sinónimo de exigencia cuando el equipo nacional no da lo que ellos quieren... Presente es ese curioso gesto y presente están, siempre, los pasos de Maradona en el seleccionado nacional.En el noveno partido gritó un gol propio por primera vez. Fue el 2 de junio de 1979, en Glasgow, contra Escocia. La Argentina ganó 3 a 1 y los esoceses aplaudieron de pie a ese pibe con el pelo cortito por la obligación de la colimba, el servicio militar. Y tanto le gustó que en el siguiente partido patentó el festejo, saltando al aire, las piernas abierta, la rodilla derecha más arriba y el puño del mismo lado revoleado al cielo: fue en el Monumental, el 25 de junio de 1979, contra tantos monstruos que eran el Resto del Mundo. Algo de bronca y rabia, como siempre, había en aquel logro: un años antes, por eso era el partido, un festejo, el seleccionado argentino de César Luis Menotti se había consagrado campeón del mundo... Sin Maradona. Para el Flaco, había otros números 10 antes que él en aquel momento, 19 de mayo de 1978, el momento de la decisión, como Valencia, Villa, Alonso, Larrosa. Para Maradona, no habría amargura más grande. Tampoco tanto combustible junto para buscar la revancha.Hacer goles se le hizo costumbre, entonces. A Bolivia, a República de Irlanda, a Polonia, a la Unión Soviética, a Brasil. Y Austria, entre medio de todos esos partidos: fueron tres juntos, por primera vez, en Viena, el 21 de mayo de 1980; una verdadera sinfonía.Entre 1979 y 1980 jugó 18 partidos en la Selección y convirtió 11 goles. En 1981, apenas 2 encuentros y ningún grito. Y enseguida, la vigilia del Mundial ’82. con 5 cotejos.Para un ganador como Diego, España ’82 fue una gran frustración, claro que sí. Ya transferido al Barcelona, todos los ojos estaban posados sobre él, esperando la explosión del número uno. No pudo ser. Y por razones varias: un grupo sin demasiado hambre, fallas tácticas, carencias individuales y muchos golpes, sobre todo a... Maradona. Si se busca una alegría de aquel debut mundialista, es posible encontrarla en sus dos primeros goles a semejante nivel: los dos a Hungría, el 18 de junio de 1982, para el 4 a 1. A los golpes, después, el italiano Claudio Gentile empezó a empujarlo. Y una sobrada de los brasileños provocó la definitiva salida: planchazo en los genitales a Dirceu, tarjeta roja y chau primera Copa del Mundo, el 2 de julio de 1982.Insólitamente, volvió a jugar en el seleccionado casi tres años después. Ya era jugador del Napoli. Carlos Salvador Bilardo lo eligió y él aceptó: sería capitán, sería titular, sería bandera. Fue, quizás, el mayor acierto de Bilardo en toda su carrera. El compromiso de Diego fue tan grande que aquel 9 de mayo de 1985, cuando se puso otra vez la camiseta albiceleste, contra Paraguay, 1 a 1, quedará en la historia por eso y por el periplo que aceptó realizar el Diez, símbolo de un compromiso sin reservas, que sería la marca registrada de los seleccionados argentinos durante mucho tiempo: cruzar el Atlántico no era cansador para él si del otro lado estaba el equipo nacional.La pelea, entonces, fue otra: nadie, salvo los jugadores y el cuerpo técnico, quería al seleccionado. Y la clasificación agónica para el México ’86 no ayudó nada de nada. Pero Diego confiaba. Y Bilardo confiaba en Diego. Entonces llegó el Mundial.Nadie es capaz de refutar que la influencia de Diego Armando Maradona en aquel equipo campeón del mundo no tiene comparación. Y que pocas veces en la historia hubo un número uno tan definido. Debería basta con la mención del gol, El Gol, el mejor gol de todos los tiempos: 22 de junio de 1986, estadio Azteca, México, toda Inglaterra en el camino, la pelota en el arco, ¿qué más? Hay más, hay otro gol histórico en el mismo partido, con La Mano de Dios. Como robarle la billetera a los ingleses, éste; vengar a los pibes de Malvinas, aquel. Definiciones de Maradona, todas.Si en algo se equivocó Diego fue en pensar que aquella imagen suya, con la Copa del Mundo en alto, el 29 de junio de 1986, bastaba para acabar con las discusiones. Al contrario.Si él había pensado que aquel que se consagró era un equipo realmente suyo sobre todo porque luchaba contra todo, debía acostumbrarse a seguir de la misma manera.Fueron tiempos de lucha, los siguientes. Dos Copa Anmèrica, 1987 en la Argentina y 1989 en Brasil, para olvidar rápido. Y enseguida, el desafío de Italia ’90, para defender lo que era suyo: la Copa del Mundo. A ningún Mundial llegó Maradona como a aquel. Venía de lograr su segundo scudetto con el Napoli, volaba físicamente. Hasta que un tonta uña encarnada del dedo gordo del pie derecho le puso un bache en el camino, una gripe inoportuna otro más y las patadas de los cameruneses finalmente lo detuvieron. Fue el 8 de junio de 1990, en el Giusseppe Meazza de Milano; Camerún 1, Argentina 0; una de las derrotas más dolorosas en la carrera de Maradona.La cosa era, como tantas otras veces, enojarse y arrancar de nuevo o dejarse caer. De a poco, arrancaron. Y a fuera de penales (Grande, Goyco) llegaron. A la final, llegaron. Con despojos de jugadores, incluido Diego, allí estuvieron. Antes, tuvieron que eliminar a Italia, en las semifinales; para Diego, aquel triunfo por penales, en su San Paolo, después del 1 a 1, fue la sentencia de muerte. Resultó lógico, entonces, que el 8 de julio de 1990, en el estadio Olímpico de Roma, en la final de la Copa del Mundo, el árbitro mexicano Codesal ignorara un claro penal de Matthäus a Calderón en el área alemana y viera uno de Sensini a Völler en el área argentina. Fue subcampeonato. Para Diego, inservible. Los segundos puestos no se festejan.Diego lloró en la cancha, al final. Lloró con la grandeza que no tuvo el público para entender esa tristeza y silbó. Para Diego, fue uno de los peores golpes de su vida: "Nunca imaginé que hubiera gente que se alegre por mi tristeza", dijo entonces.Le costó volver al seleccionado después de tanto dolor. Poco más de dos años y medio. El 18 de febrero de 1993, en el marco de los festejos por el centenario de la Asociación del Fútbol Argentino, jugó contra Brasil, en el Monumental. Ya había sido nombrado, con justicia, qué duda cabe, el más grande futbolista argentino de la historia.Y cuando pocos pensaban que volvería, tras aquella maldita suspensión por quince meses del ’91, allí estuvo, liderando al equipo del Coco Alfio Basile hacia la clasifiación para el Mundial de 1994. Australia lo vió festejar su cumpleaños número 33 y también la posibilidad de su carta Copa del Mundo.Estaba muy bien. Era el mejor. El milagro se había concretado. Gritó su gol inolvidable contra Grecia, el 21 de junio de 1994, y luchó contra los nigerianos. No pudo con la FIFA; algo le buscaron, algo le encontraron. Y lo echaron.Lo echaron de un Mundial, apenas. Jamás podrán sacarlo de la historia.

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