miércoles, 14 de octubre de 2009

Maradona

Para que no queden dudas, de entrada: Boca es Maradona, Maradona es Boca. Aquella historia que tiene avales en la propias palabras del protagonista de esta historia, sobre su simpatía con Independiente, tiene una razón, también en Boca de Diego: su fascinación por el juego extraordinario de Bochini y de Bertoni. Pero lo cierto es que en aquella humilde casita de Azamor y Mario Bravo, la suya, en Villa Fiorito, flameaba en los corazones familiares una única bandera: la de los colores azul y oro. Eso mamó desde pequeño. Y además, intuyó, también desde muy chico, que algo muy especial se estaba gestando entre él y el pueblo boquense.Fueron los primeros que lo ovacionaron en una cancha, cuando aquel "¡Que se quede / Que se quede!" se convirtió en himno en el entretiempo de un partido de primera entre Argentinos y... Boca. El no tenía más de 12 años. Años después, no demasiados, siempre con la camiseta de Argentinos le pegó cuatro cachetazos a un símbolo de Boca, a Hugo Orlando Gatti. Fueron cuatro goles en un solo partido que provocaron otra ovación unánime: la de los hinchas de Argentinos, por supuesto, y también la de los hinchas de... Boca.Por eso presionó como presionó para que un día, al fin, se pusiera esa camiseta. Al punto de que él mismo generó el pase. Así fue: el gran interés era de River Plate, que daba hasta lo que no tenía para contar con él; sólo bastó que él sugiriera en una entrevista que Boca Juniors también estaba interesado —cuando en realidad Boca no tenía ni interés... ni plata- para que la historia cambiara de rumbo.Al fin, el sueño se concretó, en una operación financiera que podría estar en la leyenda de la economía mundial. Millones de dólares, avales bancarios, cuotas escalofriantes.Nada suficiente para pagar lo que generó, desde aquel debut contra Talleres de Córdoba, el 22 de febrero de 1981. Dos goles de penal en una Bombonera colmada que le permitieron adquirir la seguridad que su ajetreado físico necesitaba, porque era conciente de que no podía dar todo lo que tenía de entrada.En el arranque, le cedió la posta del protagonismo a Miguel Angel Brindisi, un socio ideal. Como para que nadie dudara, igual mostró su distinción en los partidos diferentes. Como contra River, en la Bombonera nocturna y lluviosa, tres a cero inolvidable, 10 de abril. Y en el remate del campeonato, el mejor Maradona. Para dejar atrás a aquel Ferro de Carlos Timoteo Griguol, engorroso pequeño gran rival que mezclaba fútbol, básquetbol y ajedrez, con ese Boca que luchaba y luchaba dirigido por Silvio Marzolini.Después llegó el Nacional. Pero no vino solo. Lo acompañó una serie de giras y partidos amistosos que terminaron por minar tanto el físico de todos, que el camino quedó más tranquilo para la marcha del River de Kempes.Diego se fue de Boca en el verano del ’82, casi un año exacto después de su llegada. Pero no se fue para siempre...El embarazo de catorce años, gestado en Europa, desarrollado en Barcelona, Nápoles y Sevilla, con un acercamiento final en la argentina Rosario, finalmente derivó en el parto del gran retorno.1995 fue el año; octubre, como corresponde en cada renacimiento maradoniano, el mes. Primero en la lejanísima Corea del Sur, tierra amante de Maradona como pocas. Después, en La Boca, su tierra. "Quiero que la gente diga otra vez: ‘Vamos a la cancha, vamos a ver a El Diego’", deseó en una frase íntima. Y así fue. En La Bombonera otra vez, el 7 de octubre de 1995, pisó la cancha más querida. Boca ganó 1 a 0, pero ese fue un detalle.Todos fueron detalles, en realidad. Cada uno de los 30 partidos que jugó, imponiendo algo que fue más allá de sus 7 goles, sus triunfos, sus empates, sus derrotas en aquellos dos años, dirigido consecutivamente por Silvio Marzolini, Carlos Bilardo y Héctor Veira: la sensación inevitable de todos y cada uno de sus compañeros y rivales de que estaban compartiendo el campo de juego con un monumento de carne y hueso. Y de talento.Lo persiguieron con extraños controles antidoping hasta que el dolor (no físico, sí del alma) lo obligó a gritar basta. Justo contra River, justo en el Monumental, justo cinco días antes de cumplir 37 años de edad. Aquel 25 de octubre quedará en la historia. Lo que nunca nadie se animará a escribir es lo que sigue: fue el último partido oficial de fútbol de Diego Armando Maradona. Sólo es una referencia; jamás una verdad absoluta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario